Universidad de Chile
Departamento de Pregrado
Cursos de Formación General
Curso: Problemas del arte chileno y latinoamericano
“La conquista de América”
El problema del Otro
Por Tzvetan Todorov
EL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA
Quiero hablar del descubrimiento que el yo hace del
otro.
El tema es inmenso. Apenas lo
formula uno en su generalidad, ve que se subdivide en categorías y en direcciones múltiples,
infinitas. Uno puede descubrir a los otros en uno mismo, darse cuenta de que no somos una
sustancia homogénea, y radicalmente extraña a todo lo que no es uno mismo: yo es otro. Pero
los otros también son yos: sujetos como yo, que solo mi punto de vista, para el cual todos están
allí
y solo yo estoy
aquí,
separa y distingue verdaderamente de mi. Puedo concebir a esos otros
como una abstracción, como una instancia de la configuración psíquica de todo individuo, como
el Otro, el otro y otro en relación con el yo; o bien como un grupo social concreto al que
nosotros
no pertenecemos. Ese grupo puede, a su vez, estar en el interior de la sociedad: las
mujeres para los hombres, los ricos para los pobres, los locos para los "normales"; o puede ser
exterior a ella, es decir, otra sociedad, que será, según los casos, cercana o lejana: seres que
todo acerca a nosotros en el piano cultural, moral, histórico; o bien desconocidos, extranjeros
cuya lengua y costumbres no entiendo, tan extranjeros que, en el caso límite, dudo en
reconocer nuestra pertenencia común a una misma especie. Esta problemática del otro exterior
y lejano es la que elijo, en forma un tanto cuanto arbitraria, porque no se puede hablar de todo a
la vez, para empezar una investigación que nunca podrá acabarse.
Pero ¿Cómo habla de ella? En tiempos de Sócrates, el orador solía preguntar al auditorio
cual era su modo de expresión, o género, preferido: ¿el
mito, o sea el relato, o bien la
argumentación lógica? En la época del libro, no se puede dejar esta decisión al público: ha sido
necesario hacer una elección previa para que el libro exista, y uno se conforma con imaginar, o
desear, un público que respondiera de tal manera con preferencia a tal otra; y uno se conforma,
también, con escuchar la respuesta que sugiere o impone el tema mismo. He elegido contar
una historia. Mas cercana al mito que a la argumentación, se distingue de ellos en dos pianos:
primero porque es una historia
verdadera (cosa que el mito
podía
pero no
debía
ser), y luego
porque mi interés principal es más el de un moralista que el de un historiador; el presente me
importa más que el pasado. A la pregunta de como comportarse frente al otro, no encuentro
más forma de responder que contando una
historia ejemplar
(ese será el género elegido), una
historia que es, pues, tan verdadera como sea posible, pero respecto a la cual trataré de no
perder de vista lo que los exégetas de la Biblia llamaban el sentido tropológico, o moral. Y en
este libro alternaran, algo así como en una novela, los resúmenes, o visiones de conjunto
sumarias; las escenas, o análisis de detalle, llenas de citas; las pausas, en las que el autor
comenta lo que acaba de ocurrir; y, claro esta, frecuentes elipsis u omisiones: pero ¿no ese
punto de partida de toda historia?
De los numerosos relatos que se nos ofrecen, he escogido uno: el del descubrimiento y la
conquista de América. Para hacer mejor las cosas, me he dado una unidad de tiempo: el
centenar de años que siguen al primer viaje de Colón, es decir, en bloque, el siglo XVI; una
unidad de lugar: la región del Caribe y de México (lo que a veces se llama Mesoamérica); por
1
último, una unidad de acción: la percepción que tienen los españoles de los indios será un único
tema, con una sola excepción, que se refiere a Moctezuma y a los que lo rodean.
Dos justificaciones fundamentaron -
a posteriori-
la elección de este tema como primer paso
en el mundo del descubrimiento del otro. En primer lugar el descubrimiento de América, o más
bien el de los americanos, es sin duda el encuentro mas asombroso de nuestra historia. En el
"descubrimiento" de los demás continentes y de los demás hombres no existe realmente ese
sentimiento de extrañeza radical: los europeos nunca ignoraron por completo la existencia de
África, o de la India, o de China; su recuerdo esta siempre ya presente, desde los orígenes.
Cierto es que la Luna esta más lejos que América, pero sabemos hoy en día que ese encuentro
no es tal, que ese descubrimiento no implica sorpresas del mismo tipo: para poder fotografiar a
un ser vivo en la Luna, es necesario que un cosmonauta vaya a colocarse frente a la cámara, y
en su casco solo vemos un reflejo, el de otro terrícola. Al comienzo del siglo XVI los indios de
América, por su parte, están bien presentes, pero ignoramos todo de ellos, aun sí, como es de
esperar, proyectamos sobre los seres recientemente descubiertos imágenes e ideas que se
refieren a otras poblaciones lejanas (cf. fig. 1). El encuentro nunca volverá a alcanzar tal
intensidad, si esa es la palabra que se debe emplear: el siglo XVI habrá visto perpetrarse el
mayor genocidio de la historia humana.
Pero el descubrimiento de América no solo es esencial para nosotros hoy en día porque
es un encuentro extremo, y ejemplar: al lado de ese valor paradigmático tiene otro más, de
causalidad directa. Cierto es que la historia del globo esta hecha de conquistas y de derrotas,
de Colónizaciones y de descubrimientos de los otros; pero, como tratare de mostrarlo, el
descubrimiento de América es lo que anuncia y funda nuestra identidad presente; aun si toda
fecha que permite separar dos épocas es arbitraria, no hay ninguna que convenga más para
marcar el comienzo de la era moderna que el año de 1492, en que Colón atraviesa el oc6ano
Atlántico. Todos somos descendientes directos de Colón, con é1 comienza nuestra genealogía
-en la medida en que la palabra "comienzo" tiene sentido. Desde 1492 estamos en una época
que, como dijo Las Casas refiriéndose a la navegación de Colón, es "tan nueva y tan nunca [.. .]
vista ni oída"
(Historia de las Indias,
I, 88)
. Desde esa fecha, el mundo esta cerrado (aun si el
universo se vuelve infinito), "e el mundo es poco", como habrá de declarar en forma perentoria
el propio Colón ("Carta a los Reyes", 7.7.1503; una imagen de Colón transmite algo de este
espíritu, cf. fig. 2); los hombres han descubierto la totalidad de la que forman y parte mientras
que, hasta entonces, formaban una parte sin todo. Este libro será un intento de comprender lo
que ocurrió aquel día, y durante el siglo que le siguió, por medio de la lectura de algunos textos,
cuyos autores serán mis personajes. Ellos monologarán, como Colón; iniciarán el diálogo de los
actos, como Cortés y Moctezuma, o el de las palabras sabias, a la manera de Las Casas y
Sepúlveda; o aquel otro, menos evidente, de Durán o de Sahagun con sus interlocutores indios.
-Pero basta de preliminares: vamos a los hechos. Se puede admirar la valentía de Colón (y no
se ha dejado de hacerlo, miles de veces): Vasco de Gama o Magallanes quizás emprendieron
viajes más difíciles, pero sabían adonde iban; a pesar de toda su seguridad. Colón no podía
tener la certeza de que al final del océano no estuviera el abismo y, por lo tanto, la caída al
vacío; o bien de que ese viaje hacia el oeste no fuera el descenso de una larga cuesta -puesto
que estamos en la cima de la tierra-, y que después no fuera demasiado difícil volvería a subir;
es decir, no podía tener la certeza de que el regreso fuera posible. La primera pregunta en esta
encuesta genealógica será entonces: ¿Qué fue lo que lo impulsó a partir? ¿Cómo pudo
producirse el asunto?
1
En el texto aparecen referencias abreviadas; para los datos completos, remitirsc a la Nota
2
Fig. 1. Barcos y castillos en las Indias occidentales
Fig. 3. Don Cristóbal Colón
3
Al leer los escritos de Colón (diarios, cartas, informes), se podría tener la impresión de que su
móvil esencial es el deseo de hacerse rico (aquí y más adelante digo de Colón lo que podría
aplicarse a otros; ocurre que muchas veces fue el primero y que, por lo tanto, dio el ejemplo). El
oro, o mas bien la búsqueda de oro, pues no se encuentra gran cosa en un principio, esta
omnipresente en el transcurso del primer viaje. En el día mismo que sigue al descubrimiento, el
13 de octubre de 1492, ya anota en su diario: "No me quiero detener por calar y andar muchas
islas para fallar oro" (15.10.1492). "Mando el Almirante que no se tomase nada, porque
supiesen que no buscaba el Almirante salvo oro" (1.11.1492). Incluso su plegaria se ha
convertido en: "Nuestro Señor me aderece, por su piedad, que halle este oro..." (23.12.1492); y,
en un informe posterior ("Memorial a Antonio de Torres", 30.1.1494), se refiere lacónicamente al
"ejercicio que acá se ha de tener en coger este oro". Son también los indicios que cree
encontrar de la presencia del oro los que deciden su recorrido. "Determine [. . .] ir al Sudueste a
buscar el oro y piedras preciosas"
{Diario,
13.10.1492). "Deseaba ir a la isla que llaman
Babeque, adonde tema nueva, según el entendia, que había mucho oro" (13.11.1492). "Y creia
el Almirante que estaba muy cerca de la fuente, y que Nuestro Señor le había de mostrar donde
nace el oro" (17.12.1492; pues en esa época el oro "nace"). Así va errando Colón, de isla en
isla, pues es bastante posible que en eso hayan encontrado los indios una forma de deshacerse
de el. "En amaneciendo, dio las velas para ir su camino a buscar las islas que los indios le
decían que tenían mucho oro y de algunas que tenían mas oro que tierra" (22.12.1492).
¿Fue entonces una codicia vulgar lo que impulse a Colón a hacer su viaje? Basta con leer la
totalidad de sus escritos para convencerse de que no es así. Sencillamente, Colón sabe el valor
de señuelo que pueden tener las riquezas, y el oro en particular. Con la promesa del oro es
como tranquiliza a los demás en los momentos difíciles. "Este día perdieron por completo de
vista la tierra; y temiendo no poder volver a verla en mucho tiempo, muchos suspiraban y
lloraban. El Almirante, después de haberlos confortado a todos con grandes ofertas de muchas
tierras y riquezas, para hacerles conservar la esperanza y perder el miedo que le tenían al largo
camino..." (H. Colón, 18). "Aquí la gente ya no lo podía sufrir: quejábase del largo viaje. Pero el
Almirante los esforzó lo mejor que pudo, dándoles buena esperanza de los provechos que
podrían haber"
(Diario,
10.10.1492).
No solo esperan hacerse ricos los simples marinos; los propios comanditarios de la
expedición, los reyes de España, no se hubieran comprometido en la empresa sin la promesa
de una ganancia. Ahora , bien, el diario de Colón esta destinado a ellos; es necesario entonces
que los indicios de la presencia del oro se multipliquen en cada página (a falta del oro mismo).
Recordando, en ocasión del tercer viaje, la organización del primero, dice bastante
explícitamente que el oro era, en cierta forma, el señuelo para que los reyes aceptaran
financiarlo: "Fue también necesario de hablar del temporal, adonde se les amostró el escribir de
tantos sabios dignos de fe, los cuales escribieron historias. Los cuales contaban que en estas
partes había muchas riquezas" ("Carta a los Reyes", 31.8.1498); en otra ocasión dice haber
recogido y preservado el oro "con que se alegrasen sus Altezas y por ello comprendiesen el
negocio con una cantidad de piedras grandes llenas de oro" ("Carta al ama", noviembre de
1500). Por lo demás, Colón no se equivoca cuando imagina la importancia de dichos móviles:
¿acaso su desgracia no se debe, por lo menos en parte, al hecho de que no haya habido más
oro en esas islas? "Nació allí mal decir y menosprecio de la empresa comenzada en ello,
porque no había yo enviado luego los navíos cargados de oro" ("Carta a los Reyes", 31.8.1498).
Sabemos que una larga querella enfrentara a Colón con los reyes (y luego habrá un proceso
entre los herederos de uno y otros), querella que se refiere precisamente al monto de las
ganancias que el Almirante estaría autorizado a percibir en las "Indias". A pesar de todo esto, la
codicia no es el verdadero móvil de Colón: si le importa la riqueza, es porque significa el
reconocimiento de su papel de descubridor; pero preferiría para sí el burdo hábito del monje. El
oro, es un valor demasiado humano para interesar verdaderamente a Colón, y debemos creerle
cuando escribe en el diario del tercer viaje: "Nuestro Señor [...] bien sabe que: ya no llevo estas
4
fatigas por atesorar ni fallar tesoros para mí, que, cierto, yo conozco que todo es vano cuanto
acá en este siglo se hace, salvo aquello que es honra y servicio de Dios" (Las Casas,
Historia, l,
146); o al final de su relación sobre el cuarto viaje: "Yo no vine este viage a navegar por ganar
honra ni hacienda: esto es cierto, porque estaba ya la esperanza de todo en ella muerta. Yo
vine a V. A. con sana intención y buen zelo, y no miento" ("Carta a los Reyes", 7.7.1503).
¿Cual es esa sana intención? En el diario del cuarto viaje. Colón la formula con frecuencia:
quiere encontrar al Gran Kan, o emperador de China, cuyo retrato inolvidable ha sido dejado
por Marco Polo. "Tengo determinado de ir a la tierra firme y a la ciudad de Guisay y dar las
cartas de Vuestras Altezas al Gran Can y pedir respuesta y venir con ella" (21.10.1492). Más
adelante este objetivo se queda algo relegado, pues los descubrimientos presentes ya ocupan
lo suficiente la atención, pero de hecho nunca se olvida. Pero ¿por que esta obsesión que
parece casi pueril? Porque, otra vez según Marco Polo, "el Emperador del Catayo ha días que
mando sabios que le enseñen en la fe de Cristo" ("Carta a los Reyes", 7.7.1503); y Colón quiere
abrir el camino que permitirá cumplir ese deseo. La expansión del cristianismo esta
infinitamente más cerca del corazón de Colón que el oro, y se explicó claramente al respecto,
especialmente en una carta al papa. Su futuro viaje se realizara "en nombre de la Sancta
Trinidad [...], el cual será a su gloria y honra de la Santa Religión Cristiana", y para ello, dice
Colón, "yo espero de Aquel Eterno Dios la victoria d'esto como de todo el pasado"; lo que hace
es "magnánimo y ferviente en la honra y acrescentamiento de la Sancta fe cristiana". Su
objetivo es, entonces: "yo espero en Nuestro Señor de divulgar su Santo Nombre y Evangelio
en el Universo" ("Carta al papa Alejandro VI", febrero de 1502).
La victoria universal del cristianismo, este es el móvil que anima, a Colón, hombre
profundamente piadoso (nunca viaja en domingo), que, por esta misma razón, se considera
como elegido, como encargado de una misión divina, y que ve la intervención divina en todas
partes, tanto en el movimiento de las olas como en el naufragio de su nave (¡en Nochebuena!),
y agradece a Dios "por muchos milagros señalados que ha mostrado en el viaje"
(Diario,
15.3.1493).
Por lo demás, la necesidad de dinero y el deseo de imponer al verdadero Dios no son
mutuamente exclusivos; incluso hay entre los dos una relación de subordinación: la primera es
un medio y la segunda, un fin. En realidad, Colón tiene un proyecto más preciso que la
exaltación del Evangelio en el universo, y tanto la existencia como la permanencia de ese
proyecto son reveladoras de su mentalidad: tal un Quijote con varios siglos de atraso en
relación con su época, Colón quisiera ir a las Cruzadas a liberar Jerusalén. Sólo que la idea es
absurda en su época y como, por otra parte, no tiene dinero, nadie quiere escucharlo. ¿Como
podía realizar su sueño, en el siglo XV, un hombre sin recursos y que quisiera lanzar una
cruzada? Es tan sencillo como el huevo de Colón: no hay más que descubrir América para
conseguir los fondos necesarios. . . O más bien, ir a China por el camino occidental "directo",
puesto que Marco Polo y otros escritores medievales han afirmado que el oro "nace" ahí en
abundancia.
Hay numerosas pruebas de la realidad de ese proyecto. El 26 de diciembre de 1492, durante
el primer viaje, revela en su diario que espera encontrar oro, "y aquello en tanta cantidad que
los Reyes antes de tres años emprendiesen y aderezasen para ir a conquistar la casa santa,
'que así -dice él- protesté a Vuestras Altezas que toda la ganancia de esta mi empresa se
gastase en la conquista de Jerusalén, y Vuestras Altezas se rieron y dijeron que les placía, y
que sin esto tenían aquella gana' ". Más tarde vuelve a recordar este episodio: "Al tiempo que
yo me moví para ir a descubrir las Indias fui con intención de suplicar al Rey y a la Reina
Nuestros Señores que de la renta que de Sus Altezas de las Indias hubiere que se determinase
de la gastar en la conquista de Jerusalén, y así se lo suplique" ("Constitución de mayorazgo",
22.2.1498). Ese era, pues, el proyecto que Colón había ido a exponer a la corte real, para
buscar la ayuda necesaria para su primera expedición; en cuanto a sus Altezas, no tomaban la
cosa muy en serio y habrían de reservarse el derecho de emplear las ganancias de la empresa,
5
si es que las había, para otros fines.
Pero Colón no olvida su proyecto y lo recuerda en una carta al papa: "Esta empresa se tomo
con fin de gastar lo que d’ella se oviesse en presidio de la Casa Sancta a la Sancta Iglesia.
Después que fui en ella y visto la tierra, escreví al Rey y a la Reina, mis Señores, que dende a
siete años yo le pagaría cincuenta mill de pie y cinco mill de cavallo en la conquista d'ella, y
dende a cinco anos otros cincuenta mill de pie y otros cinco mill de cavallo, que serian dies mill
de cavallo e cient mill de pie para esto" (febrero de 1502). Colón no sospecha que la conquista
esta a punto de iniciarse, pero en una dirección totalmente diferente, muy cerca de las tierras
que ha descubierto y, en ultima instancia, con muchos menos guerreros. Su llamado, por lo
tanto, no provoca muchas reacciones: "El otro negocio famosísimo esta con los brazos abiertos
llamando: extrangero ha sido fasta ahora" ("Carta a los Reyes", 7.7.1503). Por ello es que,
queriendo afirmar su intención incluso después de su propia muerte, instituye un mayorazgo y
da instrucciones a su hijo (o a los herederos de este): reunir la mayor cantidad posible de dinero
para que, si los Reyes renuncian a su proyecto, pueda "ir solo con el mas poder que tuviere"
(22.2.1498).
Las Casas dejo un célebre retrato de Colón, en el cual sitúa bien su obsesión por las
cruzadas dentro del contexto de su profunda religiosidad: "Cuando algún oro o cosas preciosas
le traían, entraba en su oratorio e hincaba las rodillas, y decía 'demos gracias a Nuestro Señor,
que de descubrir tantos bienes nos hizo dignos'; celosísimo era en gran manera del honor
divino; cupido y deseoso de la conversión destas gentes, y que por todas partes se sembrase y
ampliase la fe de Jesucristo, y singularmente aficionado y devoto de que Dios le hiciese digno
de que pudiese ayudar en algo para ganar el Santo Sepulcro, y con esta devoción y la
confianza que tuvo de que Dios le había de guiar en el descubrimiento deste Orbe que
prometía, suplico a la serenísima reina dona Isabel que hiciese voto de gastar todas las
riquezas que por su descubrimiento para los reyes resultasen en ganar la tierra y santa casa de
Jerusalem., y así la reina lo hizo"
(Historia,
I, 2).
No solo le interesan mucho más a Colón los contactos con Dios que los asuntos puramente
humanos, sino que también su forma de religiosidad es particularmente arcaica (para la época):
no es casual que el proyecto de las cruzadas se haya abandonado desde la Edad Media. Así
pues, paradójicamente, es un rasgo de la mentalidad medieval de Colón el que lo hace
descubrir América e inaugurar la era moderna. (Debo admitir, e incluso anunciar, que el empleo
que hago de los dos adjetivos, "medieval" y "moderno", no es muy preciso; sin embargo, no
puedo prescindir de ellos. Entiéndanse primero en su sentido mas usual, pero irán adquiriendo,
al filo de las páginas que siguen, un comenido mas particular.) Pero, como también veremos,
Colón mismo no es un hombre moderno, y este hecho es pertinente en el desarrollo del
descubrimiento, como si aquel que había de dar origen a un mundo nuevo no pudiera
pertenecerle de entrada.
Sin embargo, tambien hay en Colón rasgos de una mentalidad más cercana a la nuestra. Así
pues, por una parte somete todo a un ideal externo y absoluto (la religión cristiana), y toda cosa
terrestre no es más que un medio con miras a la realización de ese ideal. Por otra parte,
empero, parece encontrar, en la actividad que desempeña con mas éxito, el descubrimiento de
la naturaleza, un placer que hace que dicha actividad se baste a si misma; deja de tener la
menor utilidad y se convierte de medio en fin: en la misma forma en que, para el hombre
moderno, una cosa, una acción o un ser sólo son hermosos si encuentran su justificación en sí
mismos, para Colón "descubrir" es una acción intransitiva. "Quiero ver y descubrir lo más que
yo pudiere", escribe el 19 de octubre de 1492, y el 31 de diciembre del mismo año: "Y dice que
no quisiera partirse hasta que hobiere visto toda aquella tierra que iba hacia el Leste y andarla
toda por la costa"; basta con que le hagan notar la existencia de una nueva isla para que tenga
ganas de visitarla. En el diario del tercer viaje, encontramos estas palabras decididas: "[...]
todos los pospusiera por descubrir más tierras y ver los secretos dellas" (Las Casas,
Historia,
I,
136). "Descubrir más [era] lo que el mucho quisiera"
(ibid.,
l, 136). En otro momento reflexiona:
6
"Cuanto será el beneficio que de aquí se puede haber, yo no lo escribo; es cierto, Señores
Príncipes, que donde hay tales tierras, que debe haber infinitas cosas de provecho; más yo no
me detengo en ningún puerto porque querría ver todas las más tierras que yo pudiese para
hacer relación dellas a Vuestras Altezas"
(Diario,
27.11.1492). Las ganancias que "deben"
encontrarse ahí sólo interesan secundariamente a Colón: lo que cuenta son las "tierras" y su
descubrimiento. En verdad, éste parece estar sometido a un objetivo, que es el relato de viaje:
diríase que Colón ha emprendido todo eso para poder hacer relatos inauditos, como Ulises;
pero ¿acaso no es el mismo relato de viaje el punto de partida, y no solo el punto de llegada, de
un nuevo viaje? ¿Acaso Colón mismo no partió porque había leído el relato de Marco Polo?
COLÓN HERMENEUTA
Para probar que la tierra que tiene ante los ojos es efectivamente el continente, Colón hace el
siguiente razonamiento (en su diario del tercer viaje, transcrito por Las Casas): "Yo estoy creído
que esta es tierra firme, grandísima, de que hasta hoy no se ha sabido, y la razón me ayuda
grandemente por esto desde tan grande río y mar, que es dulce, y después me ayuda el decir
de Esdras, en el libro IV, cap. 6, que dice que las seis partes de mundo son de tierra enjuta y la
una de agua, el cual libro aprueba Sant Ambrosio en su
Hexameron,
y Sant Agustín [...]; y
después desto, me ayuda el decir de muchos indios caníbales que yo he tornado otras veces,
los cuales decían que al Austro dellos era tierra firme"
(Historia,
i, 138).
Tres argumentos vienen a apuntalar la convicción de Colón: la abundancia de agua dulce; la
autoridad de los libros santos; la opinión de otros hombres que ha encontrado. Ahora bien, esta
claro que estos tres argumentos no se deben colocar en el mismo piano, sino que revelan la
existencia de tres esferas que comparten el mundo de Colón: una es natural, la otra divina, y la
tercera, humana. Así pues, quizás no sea casual el que hayamos encontrado tres móviles para
la conquista: el primero humano (la riqueza), el segundo divino, y el tercero relacionado con el
disfrute de la naturaleza. Y en su comunicación con el mundo, Colón muestra comportamientos
diferentes, según que se este dirigiendo a la naturaleza, a Dios o a los hombres (o que éstos se
dirijan a él). Volviendo al ejemplo de la tierra firme, si Colón tiene razón eso sólo se debe al
primer argumento (y podemos ver, en su diario, que este sólo toma forma poco a poco, en el
contacto con la realidad): al observar que el agua es dulce muy adentro en el mar, deduce de
ello, en forma clarividente, la fuerza del río, y por lo tanto la distancia que este recorre; en
consecuencia, se trata de un continente. En cambio, es muy probable que no haya entendido
nada de lo que le decían los "indios caníbales". Anteriormente, en el mismo viaje, relata así sus
conversaciones: "Dice [Colón] que es cierto que aquella era isla, que así lo decían los indios", y
Las Casas añade: "Y así parece que no los entendía"
(Historia,
l, 135). En cuanto a Dios...
En efecto, no podemos considerar estas tres esferas en el mismo plano, como debían estarlo
para Colón; para nosotros solo hay dos intercambios reales, el que se produce con la
naturaleza y el que se produce con los hombres; la relación con Dios no está en el campo de la
comunicación aunque pueda influir, o incluso predeterminar, toda forma de comunicación. Este
es precisamente el caso de Colón: hay una relación segura entre la forma de su fe en Dios y la
estrategia de sus interpretaciones.
Cuando se dice que Colón es creyente, el objeto importa menos que la acción: su fe es
cristiana, pero uno tiene la impresión de que, aunque fuera musulmana, o judía, no hubiera
actuado de otra manera; lo que importa es la fuerza de la creencia misma. "San Pedro cuando
salto en la mar andovo sobr'ella en cuanto la fe fue firme. Quien toviere tanta fe como un grano
de paniso le obedecerán las montañas; quien toviere fe demande, que todo se le dará; pusad y
abriros han", escribe en el prefacio de su
Libro de las profecías
(1501). Por lo demás, Colón no
sólo cree en el dogma cristiano: también cree (y no es el único en su época) en los cíclopes y
en las sirenas, en las amazonas y eh los hombres con cola, y su creencia, que por lo tanto es
tan fuerte como la de san Pedro, le permite encontrarlos. "Entendido también que lejos de allí
había hombres de un ojo, y otros con hocicos de perros" (
Diario,
4.11.1492). "El día pasado,
cuando el Almirante iba al Río de Oro, dijo que vido tres serenas que salieron bien alto de la
7
mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna manera tenían forma de
hombre en la cara" (9.1.1493). "Ellas [las mujeres del lugar] no usan ejercicio femenil, salvo
arcos y flechas como los sobredichos de cañas, y se arman y cobijan con laminas de alambre
de que tienen mucho" ("Carta a Santángel", febrero-marzo de 1493). "Quedan de la parte de
Poniente dos provincias que yo no he andado, la una de las cuales llaman Cibau, adonde nace
la gente con cola" (
ibid.).
Cierto es que la mas notable de las creencias de Colón es de origen cristiano: se refiere al
paraíso terrenal. Leyó en la
Imago Mundi
de Pedro de Ailly que el paraíso terrenal debía
encontrarse en una región templada mas allá del ecuador. No encuentra nada durante su
primera visita al Caribe, lo cual no es de asombrar; pero ya de regreso, en las Azores, declara:
"El Paraíso terrenal esta en el fin de Oriente, porque es lugar temperatísimo; así que aquestas
tierras que agora él ha descubierto, dice el, es él fin de Oriente" (21.2.1493). El tema se vuelve
obsesivo durante él tercer viaje, cuando Colón se acerca mas al ecuador. Primero cree; percibir
una irregularidad en la redondez de la tierra: "Falle que [el mundo] no era redondo en la forma
que escriben, salvo que es de la forma de una pera que sea toda muy redonda, salvo allí donde
tiene el pezón, que allí tiene mas alto, o como quien tiene una pelota muy redonda y en un
lugar della fuese como una teta de muger allí puesta, y que esta parte deste pezón sea la más
alta e mas propinca al cielo, y sea debajo la línea equinoccial, y en esta mar Océana, en el fin
del Oriente" ("Carta a los Reyes", 31.8.1498).
Esa elevación (¡un pezón sobre una pera!) se convierte en un argumento más para afirmar
que ahí se encuentra el paraíso terrenal. "Creo que allí es el Paraíso terrenal, adonde no puede
llegar nadie, salvo por voluntad divina. [...] Yo no tomo quel Paraíso terrenal sea en forma de
montaña áspera, como el escrebir dello nos muestra, salvo que sea en el colmo, allí donde dije
la figura del pezón de la pera, y que poco a poco, andando hacia allí desde muy lejos, se va
subiendo a el"
(ibid.).
Podemos observar aquí la forma en que las creencias de Colón influyen en sus
interpretaciones. No se preocupa por entender mejor las palabras de los que se dirigen a él,
pues sabe de antemano que va a encontrar cíclopes, hombres con cola y amazonas. Bien ve
que las sirenas no son, como se ha dicho; mujeres hermosas; pero, en vez de concluir que las
sirenas no existen, corrige un prejuicio con otro: las sirenas no son tan hermosas como se
supone. En otro momento, durante el tercer viaje. Colón se pregunta sobre el origen de las
perlas que a veces traen los indios. El asunto tiene lugar frente a sus ojos; pero lo que relata en
su diario es la explicación de Plinio, tomada de un libro: "Junto a la mar, infinitas ostias pegadas
a las ramas de los árboles que entran en la mar, las bocas abiertas para recibir el rodo que cae
de las hojas, hasta que cae la gotera de que se engendran las piedras, según dice Plinio y
alega el Vocabulario que se llama
Catholicon"
(Las Casas,
Historia,
I, 137). Lo mismo ocurre en
el caso del paraíso terrenal: el signo constituido por el agua dulce (por lo tanto gran río, por lo
tanto montaña) es interpretado, después de una breve vadladon, "conforme a la opinión destos
santos e sacros teologos"
(Historia,
I, 141). "Yo muy asentado tengo en el ánimo que allí donde
dije es el Paraíso terrenal, y descanso sobre las razones y autoridades sobreescriptas" ("Carta
a los Reyes", 31.8.1498). Colón practica una estrategia "finalista" de la interpretacíon, al modo
en que los Padres de la iglesia interpretaban la Biblia: el sentido final está dado desde un
principio (es la doctrina cristiana); lo que se busca es el camino que une el sentido inicial (la
sigmficación aparente de las palabras del texto bíblico) con este sentido último. Colón no debe
nada de un empirista moderno: el argumento decisivo es un argumento de autoridad, no de
experienda. Sabe de antemano lo que va a encontrar; la experienda concreta esta ahí para
ilustrar una verdad que se posee, no para ser interrogada, según las reglas preestablecidas,
con vistas a una búsqueda de la verdad.
Aunque Colón siempre era finalista, hemos visto que era más perspicaz cuando observaba la
naturaleza que cuando trataba de entender a los indígenas. Su comportamiento hermenéutico
no es exactamente el mismo en un caso que en el otro, como podremos ver ahora con mayor
8
detalle.
"De muy pequeña edad entré en la mar navegando y lo he continuado fasta oy. La mesma
arte inclina a quien le prosigue a desear de saber los secretes d'este mundo", escribe Colón en
el inicio del
Libro de las Profecías
(1501). Insistiremos aquí en la palabra "mundo" (por
oposición a "hombres"): el que se identifica con la profesión de marino más bien se relaciona
con la naturaleza que con sus prójimos; y en su mente la naturaleza ciertamente es más afín a
Dios que los hombres: Colón escribe de un sólo trazo, en el margen de la Geo
grafia
de
Tolomeo: "Admirable es la arremetida tumultuosa del mar. Admirable es Dios en las
profundidades." Los escritos de Colón, y muy particularmente el diario del primer viaje, revelan
una atención constante a todos los fenómenos naturales. Peces y pájaros, plantas y animales
son los personajes principales de las aventuras que relata. "Pescando los marineros con redes,
tomaron un pece, entre otros muchos, que parecia propio puerco, no como tonina, y era todo
concha muy tiesa y que no tenía cosa blanda sino la cola y los ojos, y un agujero debajo della
para expeler sus superfluidades; mandolo salar para llevarlo a los reyes" (16.11.1492). "Vinieron
al navio más de cuarenta pardeles juntos y dos alcatraces, y al uno le dio una pedrada un mozo
de la carabela. Vino a la nao un rabiforcado y una blanca como gaviota" (4..10.1492). "Y vide
muchos arboles muy disformes de los nuestros, y dellos muchos que tenían los ramos de
muchas maneras y todo en un pie, y un ramito es de una manera y otro de otra, y tan disforme,
que es la mayor maravilla del mundo cuanta es la diversidad de la una manera a la otra;
verbigracia, un ramo tenía las fojas a manera de cañas y otro de manera de lentisco, y así en
un solo árbol de cinco o seis destas maneras, y todos tan diversos" (16.10.1492). Durante el
tercer viaje hace escala en las islas del Cabo Verde, que sirven en aquella época a los
Portugueses como lugar de deportación para todos los leprosos del reino. Se supone que éstos
se van a curar comiendo tortugas y lavándose con su sangre. Colón no presta ninguna atención
a los leprosos y a sus singulares costumbres; pero se lanza de inmediato a una larga
descripción de las costumbres de las tortugas. El naturalista aficionado se vuelve también
etólogo experimental en la célebre escena del combate entre un pecarí y un mono, descrita por
Colón en un momento en que su situación es casi trágica y en que uno no espera verlo
concentrarse en la observacion de la naturaleza: "Animalias menudas y grandes hay hartas y
muy diversas de las nuestras. Dos puercos hube yo en presente, y un perro de Irlanda no osaba
esperarlos. Un ballestero había herido una animalia, que se parece a gato paul, salvo que es
mucho mas grande, y el rostro de hombre: teniale atravesado con una saeta desde los pechos
a la cola, y porque era feroz le hubo de cortar un brazo y una pierna: el puerco en viéndole se le
encrespó y se fue huyendo: yo cuando esto vi mandé echarle
begare,
que así se llama adonde
estaba: en llegando a el, así estando a la muerte y la saeta siempre en el cuerpo, le echó la
cola por el hocico y se la amarro muy fuerte, y con la mano que le quedaba le arrebato por el
copete como a enemigo. El auto tan nuevo y hermosa montena me hizó escribir ésto" ("Carta a
los Reyes", 7.7.1503).
Colón, atento a los animales y a las plantas, lo es aún más para todo lo relacionado con la
navegación, aún si esta atención tiene más que ver con el sentido práctico del marino que con
la observación científica rigurosa. Como conclusión al prólogo de su primer diario, se conmina a
sí mismo de la siguiente manera: "Y sobre todo, cumple mucho que yo olvide el sueño y tiente
mucho el navegar, porque así cumple, las cuáles serán gran trabajo", y se puede decir que se
obedeció al pie de la letra: no hay un día sin anotaciones referentes a las estrellas, los vientos,
la profundidad del mar, el relieve de la costa; los principios teológicos no intervienen aquí.
Mientras que Pinzón, comandante de la segunda nave, desaparece en busca del oro. Colón
pasa su tiempo haciendo levantamientos geográficos: "Esta noche toda estuvo a la corda, como
dicen los marineros, que es andar barloventeando y no andar nada, por ver un abra, que es una
abertura de sierras como entre sierra y sierra, que le comenzó a ver al poner del sol, adonde se
mostraban dos grandísimas montañas"
(Diario,
13.11.1492).
El resultado de esta observación vigilante es que Colón logra verdaderas hazañas en materia
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